Actualizado el lunes, 14 marzo, 2022
Esta obra de Foucault contiene cuatro volúmenes (uno póstumo, publicado en 2018) en los que se puede no solo reconstruir una historia de la sexualidad humana en Occidente, sino también parte de la historia del conocimiento, los discursos e inclusive de los cuerpos. En este conjunto de obras cuyo eje es la sexualidad no hay límites exactos entre áreas que interactúan y tampoco hay una obsesión con establecer fechas definitivas.
El primer volúmen, del que escribimos hoy, se titula La voluntad del saber. No hay, como podríamos esperar, modo de simplificar demasiado la historia de la sexualidad. Pero sí hay posibilidad de ubicar en una línea temporal algunos puntos. Como ejercicio de difusión (que a menudo es también un ejercicio de simplificación) intentaremos ubicar al lector en una línea de tiempo que sin embargo, advertimos, no reproduce la estructura en la que Foucault escribe sobre la historia.
La sexualidad humana en una línea de tiempo
I. Para empezar: la confesión
La Edad Media se caracterizó por la importancia de la confesión y de la penitencia. Después del Concilio de Trento estos sacramentos tuvieron su propio desarrollo histórico dentro de la iglesia y de las sociedades reguladas bajo esta práctica. Foucault menciona que las confesiones cambian y se hacen posiblemente menos descriptivas en el tiempo. En algún punto, recuerda, los pormenores del pecado carnal (posición de los amantes, caricias, movimientos) que alguna vez habían sido considerados claves para el desarrollo de una confesión pierden importancia. Los detalles pueden ser menos explícitos pero con la Contrarreforma hay una intención de aumentar la frecuencia de las confesiones. Los pecados de la carne siguen siendo fuente material de la confesión, la penitencia y con ello también, la obtención del perdón.
II. Sexualidad conyugal: lícito e ilícito
Durante el siglo XVII la sexualidad que era valorada y objeto de discursos era la sexualidad adulta y matrimonial. La sexualidad estaba centrada en algo que Foucault llama el dispositivo de las alianzas: matrimonio, reproducción y prescripción de la endogamia. Hasta finales del siglo XVIII tres fuentes reglamentaban el sexo: el derecho canónico, la pastoral cristiana y la ley civil. La línea de lo lícito e ilícito se trazaba en razón de las relaciones matrimoniales: la concepción, la legitimidad, la frecuencia de la cúpula y los períodos de abstinencia.
La sexualidad por fuera de este tipo de relaciones no era sujeto de producción de discursos. Foucault tiene un ejemplo: la sodomía. Lo que estaba «contra-natura» sí que estaba fuera de la legalidad, sobre todo si excedía los límites del matrimonio. Pero, a pesar de eso, la producción de información/ clasificación no existía. La sodomía, para usar el mismo ejemplo, estaba en el terreno de lo ilícito tanto como lo estaba el adulterio y el estupro.
III. El «herbario» de la sexualidad humana en Occidente
Al final del siglo XVIII los discursos sobre el sexo se diversifican. El sexo se convierte en un elemento importante del saber, no solo como fuente de confesión (y penitencia) sino también como material para la generación de conocimiento útil. Hablar de sexo no consistía tanto en un ejercicio de moralidad sino de racionalización (clasificación, medición, análisis, diagnósticos).
No existe una unidad en el discurso sobre sexo, sino una multiplicidad de discursos que desde diferentes áreas lo racionalizan. Los ejemplos, escribe Foucault, están en una variedad de áreas que no son del todo independientes pero que tienen cada una algo que decir: la demografía (crecimiento de la población), la biología (norma de desarrollo de la sexualidad humana), la medicina (irregularidades sexuales/ enfermedad), la psicología (conductas), la moral, la pedagogía (cómo educar y establecer un orden desde los núcleos familiares hasta las instituciones educativas) y por supuesto también la administración pública (control de la natalidad).
En esta prolifidad de discursos las relaciones heterosexuales en el matrimonio dejan de ser el foco principal. Continúan siendo una norma, y de hecho, se consideran también un asunto de Estado (por lo que significa para un Estado la natalidad y el crecimiento de su población), pero este tipo de sexualidad es una norma más silenciosa a la que se le permite cierto tipo de reserva. Otro tipo de relaciones y placeres van a ser fuente de misterio, de información (y lucro).
IV. Sexualidad humana y proliferación
Del siglo XVIII al XIX se diversificaron los conceptos de sexualidad humana en la medicina. De hecho, escribe Foucault, se estableció una diferencia en la medicina corporal con la medicina de la sexualidad. Psychopathia sexualis de Heinrich Kaan (1846) es la obra que nos proporciona como ejemplo. Pero muchos libros tuvieron la tarea de describir el sistema reproductivo y las enfermedades físicas y mentales relacionadas con la sexualidad.

También se estudió la herencia y se le dio al sexo un papel importante en la responsabilidad biológica. Tampoco hay que olvidar que se definieron las perversiones sexuales.
Del mismo modo que constituyen especies todos esos pequeños perversos que los psiquiatras del siglo XIX entomologizan dándoles extraños nombres de bautismo: existen los exhibicionistas de Lasegue, los fetichistas de Binet, los zoófilos y zooerastas de Krafft-Ebing, los automonosexualistas de Rohleder; existirán los mixoescopófilos, los ginecomastas, los presbiófilos, los invertidos sexoestéticos y las mujeres dispareunistas. Esos bellos nombres de herejías remiten a una naturaleza que se olvidaría de sí lo bastante como para escapar a la ley, pero se recordaría lo bastante como para continuar produciendo especies incluso allí donde ya no hay más orden. La mecánica del poder que persigue a toda esa disparidad no pretende suprimirla sino dándole una realidad analítica, visible y permanente.

Sexualidad humana y clase social
Esta ubicación temporal, aunque útil, no corresponde con el proceso de difusión de los discursos sobre la sexualidad. En las clases privilegiadas la multiplicación de discursos de sexualidad fue más intenso. Es, aparentemente, en la burguesía donde nace la problematización del sexo infantil, la definición de las perversiones y en donde aparece la mujer histérica. Aunque estos dispositivos permean poco a poco en las clases populares, en ellas el dispositivo de alianza es el que regula en un principio la sexualidad. «Darse un cuerpo y una sexualidad» y producir discursos a partir de ello fue una de las preocupaciones burguesas. Una vez más no se trataba de un mecanismo simple de represión.
La mujer como personaje invadido por el dispositivo sexual
El control de la natalidad es uno de los elementos más importantes en la historia de la mujer moderna. Sin embargo, Foucault habla de este como un mecanismo aplicado a la población en general y no analiza particularmente las diferencias que pueden existir en los métodos aplicados a hombres y mujeres. De lo que más nos habla, aunque sin extenderse mucho, es sobre la histerización de las mujeres. Un proceso, dice, de saturación sexual del cuerpo femenino en el que se consideró la sexualidad como puerta de la enfermedad y también posible desestabilización del orden.
El sexo y el orden
La madre es el ejemplo de la mujer nerviosa, de la histérica y de la que sufre de «vapores». Su histeria va a ser objeto de descripciones sobre síntomas y tratamientos. Las obligaciones conyugales y maternales en el mundo moderno podían alterar la salud de la mujer y con ello su responsabilidad en la crianza y en la solidez de la institución familiar. La práctica médica debe proveer un tratamiento que permita que las mujeres retomen a su deber social y reproductivo como madres y núcleos familiares. Parte de la medicina se dedicaría a pensar en la histeria femenina y a resolverla (la invención del vibrador quedó como materialización de esta preocupación). Hasta llegar al psicoanálisis y al desvanecimiento de la validez médica de la histeria.
Otro elemento que puede que haya sido particularmente importante en la historia de la sexualidad femenina (a parte de la fertilidad y la histeria) podría ser la represión sexual. De esto Foucault escribe con más extensión pero, una vez más, su interpretación de la historia no trae a cuenta el posible proceso de diferenciación entre la represión femenina y la general. Como confluencia y también en la exposición del autor, la represión es un punto clave para repensar la historia de la sexualidad occidental.
Hipótesis de la represión sexual
A menudo se habla de la historia de nuestra sexualidad en términos de represión. Pero es necesario hacerse algunas preguntas sobre la configuración de la represión o de lo que creemos de ella. Al introducir el libro Foucault plantea algunas. Primero, no se trata de por qué somos reprimidos, sino por qué creemos que somos reprimidos y por qué creemos que nuestra historia sexual es la historia de la represión.
Al final del capítulo «La hipótesis represiva», argumenta que es necesario descartarla. La diversidad sexual no parece plantear un ejercicio de represión, sino posibilidades diferentes de intervención y ganancias económicas. El ejemplo, para permitirle una visualización más clara al lector, es la pornografía. En ese sentido, «poder y placer no se anulan: no se vuelven el uno contra el otro; se persiguen, se encabalgan y reactivan».
Represión y pudor
Tal vez este es uno de los puntos más importantes a lo largo del libro: cuestionar la represión y la continua exigencia de liberarnos del yugo sexual, para mostrarnos que gran parte de nuestra historia ha sido un ejercicio de exposición a la sexualidad:
Nunca una sociedad fue más pudibunda, se dice, jamás las instancias de poder pusieron tanto cuidado en fingir que ignoraban lo que prohibían, como si no quisieran tener con ello ningún punto en común. Pero, al menos en un sobrevuelo general, lo que aparece es lo contrario: nunca tantos centros de poder; jamás tanta atención manifiesta y prolija; nunca tantos contactos y lazos circulares; jamás tantos focos donde se encienden, para diseminarse más lejos, la intensidad de los goces y la obstinación de los poderes.
Sexualidad humana como ejercicio discursivo
Según este ejercicio de entendimiento que propone Foucault, que no es para nada simple (y menos para un lector conforme con la hipótesis represiva), no hay una censura masiva al sexo o una única lucha de fuerzas entre represión y liberación. Lo que hay es una incitación al discurso alrededor del sexo. En una sola frase: occidente se ha dedicado a hablar de sexo, a convertir el misterio en fuente de información. La sexualidad no es «un impulso reacio, extraño por naturaleza e indócil por necesidad a un poder que, por su lado, se encarniza en someterla y a menudo fracasa en su intento de dominarla (…)» sino un punto de pasaje para las relaciones de poder entre hombres y mujeres, educadores y alumnos, gobierno y población, etc.
En todo caso, la represión no funciona en términos simples de anulación. Y la tarea de reprimir no es solo ejercida por la ley, sino que otras áreas regulan la sexualidad fuera de la dualidad licito/ilícito. La medicina, para retomar, ha definido no solo la normalidad sexual, sino con ello también las patologías físicas, mentales, las «perturbaciones» y también ha ofrecido terapias de tratamiento. Una forma de regulación y de represión que sin embargo no elimina completamente la divergencia porque la necesita.
Sexualidad y confesión
El psicoanálisis presenta, aparentemente y tradicionalmente (a pesar de que algunos psicoanalistas han puesto en entredicho el concepto de represión sexual) una posibilidad de liberación. Foucault tiene otras ideas al respecto: el psicoanálisis hace parte del mismo sistema de producción de discursos y definiciones a través del sexo. Hablar y revelar misterios recuerda el viejo mecanismo del mundo cristiano en el que el sexo era material importante en la generación de las confesiones.
Por muchos siglos la confesión hacía parte, solamente, del mundo de la penitencia religiosa. Pero con el paso del tiempo, su ubicación salió del mundo ritual. Es visible en «interrogatorios, consultas, relatos autobiográficos, cartas; fueron consignados, trascritos, reunidos en expedientes, publicados y comentados» pero, la diferencia significativa (que es tal vez más visible en el caso del psicoanálisis) está en que no solo se trata de explorar la materialidad de la sexualidad (caricias, posiciones, movimientos) sino de encontrar sentido e información relevante sobre el individuo a partir de lo que le produce placer.
La ironía de la liberación
Este volúmen bien podría ser interpretado como una colección de argumentos que explican la importancia del sexo (y del discurso sobre el sexo) en nuestra cultura. La exploración del sexo ha sido una forma de prometer conocimiento. También promete la liberación de lo que se ha creído un período de represión que solo puede ser superado a través de este ejercicio. De una y mil formas más hemos sido forzados a volver una y otra vez al misterio del sexo y a buscar en él liberación y verdad. La ironía está, y con esto termina Foucault el libro (y tal vez también hay un gesto de burla hacia nuestras pretensiones de libertad a partir del siglo XX) en que en eso, hemos creído, radica nuestra liberación.