Actualizado el lunes, 27 junio, 2022
La palabra klitori significa clítoris en euskera y fue publicada por primera vez en un poemario de la autora Miren Agur Meabe, la ganadora del premio nacional de poesía de 2021. Atreverse, con la voz propia, a nombrar el cuerpo femenino cuando la palabra publicada hasta ese momento no se había atrevido, pone de manifiesto las dimensiones del proyecto poético que su voz representa.
Ya el título del recientemente publicado poemario Cómo guardar ceniza en el pecho se presenta un interrogante inevitable y un manual de instrucciones imposible. Hace siglos que Francisco de Quevedo dejó escrito: “he quedado continuas sucesiones de difunto”. El presente que somos va dejando el rastro de lo que hemos sido, versiones perecidas de quienes hemos sido). El presente vivido es una combustión continua que deja atrás puñados inasibles de ceniza y
¿Qué es la ceniza?
Polvo incapaz de recordar lo que fue un día.
Así, si el presente es combustión, de lo que se trata es de restituir la ceniza, de devolverla a su momento de ignición, ¿cómo? La autora responde que la voz es una llama pero no le es dado quemar todas las cosas. La voz, la escritura, son el tejido de la memoria y la identidad. No por casualidad “texto” y “tejido”comparten origen etimológico y, no por casualidad tampoco, a Miren Agur Meabe le dijeron de pequeña: “coges las agujas de coser como si fuesen lápices”. Ahora bien, nos alfabetizamos por medio de la imitación, aprendemos a narrar porque hemos oído narrar. Devolver a la ceniza su luz pasa por encender “fósforos”. Ese es el título de la segunda parte del poemario, la cual está consagrada fundamentalmente a personajes femeninos reales y ficticios (aunque, en la tarea de configurarse por medio de la voz poética, la frontera entre “real” y “ficticio” es difusa o, quizá, inexistente).
La voz, la escritura, son el tejido de la memoria y la identidad. No por casualidad texto y tejido comparten origen etimológico y, no por casualidad tampoco, a Miren Agur Meabe le dijeron de pequeña: “coges las agujas de coser como si fuesen lápices”.
La historia y las vidas de las mujeres tienen una relevancia crucial en la construcción del relato propio, del “yo”, de la identidad personal. Para darse voz hay que saber hablar y, si es la gramática del patriarcado la que enseña hablar, entonces las mujeres solo tendrían las herramientas que una mirada alienante les confiere, las que les expulsa de la posibilidad de relatarse como sujeto tal como sostiene Simone de Beauvoir a lo largo de El segundo sexo. Por esta razón, los versos de Miren Agur Meabe perforan los estratos de la historia y rescatan las voces de las mujeres cuyo volumen la mirada hegemónica ha minimizado cuando no directamente, silenciado.
En un poema titulado «El corro» leemos:
Aquella niña inquisitiva me pregunta
cuándo sacaré a bailar al corro
a Catalina de Erauso o Jeanne d’Arc
a Hatshepsut y a la Papisa Juana,
a Henriette Faver o a Flora Tristan,
Anne Bonny, Colette, Mulan,
Isabelle Eberhardt o Concha Arenal,
Marcela y Elisa,
de todas las épocas generoequilibristas.
El rescate de la voz infantil de un cuerpo marcado como mujer solicita la entrada de las mujeres de la historia al juego del corro. La niña que fue la autora le pide a la autora adulta que rinda cuentas con el pasado de las mujeres. Como vemos, para la autora, la comprensión del pasado individual está entreverada con el pasado colectivo. Desfilan por sus versos escritoras como las hermanas Brönte o Mary Shelley, autora de Frankenstein. De esta última aprendemos el papel subalterno a pesar de la brillantez:
Dos hombres pasaron junto a ella con chalecos salvavidas, pero no la vieron […] A merced
del temporal estaba su amado en trance de muerte, a punto de morir para dejarla sola una
vez más, como toda su vida, una vez más y siempre: ‘Tú, secretaria mía, ordena mis
papeles y los tuyos. Ámame’.
La escritura de textos y los procesos corporales
Pero Meabe, con la figura de Shelley, también nos enseña el paralelismo entre la escritura de textos y los procesos corporales. Escribir es parir, un texto frustrado es un aborto. Así, en el poema recién citado, mientras Shelley toca un piano transparente “de las teclas se alzaban jirones de vapor y cada uno era un fantasma: la madre no madre, los hijos que se tragó la noche, la hermana aniquilada por la distancia,
los textos abortados. En sus alveolos pulmonares, en los secos estrógenos de sus cincuenta
y tantos años…”
Pero no solo oímos voces reconocibles como la de Shelley, sino algunas otras mucho más difuminadas como como María de Francia, traductora como la misma Miren Agur Meabe, o como Bizenta Mogel, primera escritora vasca -Miren Agur Meabe es también, de alguna manera, la primera escritora vasca, al menos, la primera en escribir “klitori” como habíamos indicado-. Y, más aún, Miren Agur Meabe, en su rescate de voces, no se detiene en los últimos tres milenios, sino que necesita remitirse casi a los orígenes de la humanidad a través del ficticio personaje paleolítico de Ayla:
Ayla se peina y habla con Ilazki.
Las estrellas se prenden en su pelo de lianas
Pero hoy la velocidad de la historia ha cambiado;
la mujer ha encontrado una tina en el encinar.
Y allí ha descansado durante miles de milenios,
alejados de la mente los pensamientos complejos.
Nada más despertarse ha vuelto a casa en coche.
[…]
La radio anuncia la proeza.
Hoy es un día jubiloso.
El hombre ha puesto un pie en la luna.
Cantemos un salmo.
La poesía permite el solapamiento de las temporalidades: permite sincronizar lo anacrónico y trazar la línea (dis)continua de los orígenes que se replican hasta la actualidad. La historia de las mujeres condensada en una mujer paleolítica en cuyo baño relajante se solapan siglos de historia para salir de la bañera y seguir encontrando un mundo trazado desde la mirada masculina.
La mirada de la historia
A modo de ejercicio escolar se presenta el poema «Óptica Casandra»: una actualización del mito. Una presunta voz escolar dialoga con Casandra y la propone como nombre de “negocio de audífonos o lentes” porque “corregir el oído y la vista es una prioridad en este mundo incierto”. También la propone como “marca de consoladores”, ya que Casandra es la primera “histérica”, la primera “exagerada”, la que ve y oye, pero a la que no creen. Histeria deriva del griego hystero que significa útero y los doctores proponían el clímax femenino como modo de minimizar aquella presunta patología. “Yo sí te creo”
parece decirle, como sí le dirá explícitamente a Leda:
El pintor quiso lasciva tu boca,
pero rezumas espanto.
Yo sí te creo.
Recordemos que en la mitología Leda es engañada por Zeus que, metamorfoseado en cisne, la viola. En las múltiples representaciones pictóricas, Leda aparece con un rostro sugerente y de deseo. La mirada patriarcal de los pintores parece aprobar la falta de consentimiento y el engaño a través del conjeturado goce de Leda. Miren Agur Meabe parece querer redimir a Leda, igual que a muchas otras, de la mirada alienante de los hombres. Los pintores, igual que los jueces que han ignorado el testimonio de las víctimas de agresiones sexuales, tapan una voz que nuestra autora escucha. El ojo de Miren Agur
Meabe, recuerda a la visión de la historia que Walter Benjamin daba al Angelus Novus, de Paul Klee, el cual, “donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado”.
Los pintores, igual que los jueces que han ignorado el testimonio de las víctimas de agresiones sexuales, tapan una voz que nuestra autora escucha.
A la mirada de los pintores contrapone no solo a las artistas como Ana Mendieta, sino incluso a Martija de Jáuregui, una comadrona del siglo XVI. De hecho, en el mismo texto que menciona a ambas, Body art del destierro, la voz de la autora se incluye entre tres maneras de concebir el cuerpo femenino, tal como afirmó en una comunicación… Martija de Jáuregui trabaja sobre el cuerpo femenino en términos fisiológicos. Ana Mendieta lo aborda desde la creación artística mediante elementos de la naturaleza poniendo el acento sobre su temporalidad y contingencia. La voz poética aborda el cuerpo como significado, como construcción lingüística, como campo de batalla simbólico. Quizá en el sentido en que Simone de Beauvoir dijo que el cuerpo “no es una cosa, es una situación: es nuestra forma de aprehender el mundo y el esbozo de nuestros proyectos”.
La construcción poética del “yo” es inseparable de la interpretación poética del cuerpo. Ya en su sentido etimológico poiesis denota construir. Cuerpo, memoria e identidad son una secuencia inseparable en su poética. En Prefijación expresa: “la metamorfosis llena su cántaro en la lengua […] al conformar las palabras letra a letra, me parece que estoy a punto de parir un meteorito”. Transformarse, devenir “yo”, pasa por su articulación lingüística:
Si miras al cielo,
soy yo aquella que anda lejos,
un punto,
la misma ficción de siempre
plasmando minúsculos retratos
en naturalezas muertas, como Clara Peeters.
Lo corporal, lingüístico e identitario vuelven a darse cita en el poema citado, cinco cartas sobre el dolor de parto. El dolor físico del parto, constituido a través de la ficción lingüística permiten al yo poético parir “alas”. La autora ya dijo en varias entrevistas que escribía para ser libre (INCLUIR ENLACE). Para ser mujer-sujeto. La escritura como ejercicio quirúrgico, el poema como escalpelo sobre el cuerpo femenino y la memoria:
Una y otra vez,
una y otra vez,
entregaré mi cara
a los escalpelos.
El mismo mote que juega con el apellido de la autora es revelador: “Espera, ‘Meibi’, terciopelo viviente”. “Meibi” evoca maybe o may be. En todo caso, un “quizá” o un “puede ser”. Casi haciéndose eco la premisa existencialista de que el ser humano no tiene esencia, sino existencia en la que se construye en las elecciones de una libertad constitutiva, en el poder-ser; o la célebre consigna beauvoriana: “no se nace mujer: se llega a serlo”.
Existe una distancia entre vida y significado, en ese hiato se posa la poesía. Para Meabe, la combustión poética, como ya hemos indicado, es corporal. El título del volumen de relatos, Quema de huesos, nos da una pista sobre ello. En varias ocasiones, se alude a esta quema de huesos como purificación, las cenizas abonan la tierra del jardín que es la escritura:
La restitución de una corporalidad viva y ardiente es algo que Maebe experimenta literal y literariamente en el tema recurrente de su prótesis ocular, elemento que da título a su primera novela, Un ojo de cristal, en la que este motivo se explora de forma física y simbólica. La prótesis ocular de la autora ilustra la secuencia de corporalidad, ceniza y memoria. Que una parte del cuerpo se deje atrás, sea ceniza, permite vivenciar la correlación entre memoria y corporalidad, a la vez que da sentido al poder-ser que la poesía ofrece al cuerpo y viceversa.
Llega otra vez la hora de quemar rastrojos
[…]
Hija, el mundo no empieza ni termina
en tu colección de huesos
Nos recuerda la nada que hemos sido, que somos y que seremos y en cuyas grietas la poesía juega con la ceniza: polvo somos y en polvo mutaremos. En Un gin tonic en Miramar con la señora Atwood, Meabe pregunta sobre qué escribir:
¿Sobre el carácter que esboza la memoria fragmentada?
¿Sobre los récords que tuvo que batir nuestra genealogía?
¿Sobre los signos que el ojo extrae donde se posa?
[…]
¡Chss…! detiene Margaret la deriva de mis aforismos,
Apretándome la mano con su mano arrugada.
Sirve ya otro par de copas, my dearest.
Hagas lo que hagas, realmente no importa.
La Atwood del poema borra irónicamente de un plumazo toda inquietud y vibración poética de Meabe para recordarnos la nada latente de lo que hemos sido, somos y seremos que, paradójicamente, posibilita cualquier voz poética.
Así pues, la poética de Miren Agur Meabe, es la búsqueda compulsiva del “yo” en el hilvanar de lo inabarcable y fragmentario de la memoria. La voz propia es una intersección de voces ajenas; darse voz es dar voz. Por tanto, se pone en marcha la visión de Benjamin de la historia que, en este caso, supone redimir a las olvidadas, rescatar sus voces. Dicha tarea supone leer esa tesis de Benjamin desde la óptica beauvoriana, esto es: leerse a sí misma como sujeto, leer la historia de las mujeres como sujetos. Restituir el cuerpo femenino como cruce de presente, pasado y futuro a travivés de retornar la ceniza al momento de la(s) combustión(es). Safo, la poeta del siglo VI a. de C. dijo: “os aseguro que alguien se acordará de nosotras” y en Miren Agur Meabe es un cometido ineludible pues “cada biografía arroja un átomo de luz”.

Cristian V. Picó (1992) estudió Filosofía en la Universidad de Valencia, España. Desde 2016 se encarga del departamento de Humanidades en una academia en Valencia. La lectura, la escritura, el aprendizaje y la enseñanza son conversación e intercambio, por eso, en sus clases, como en la lectura y la escritura, es un alumno más.