‘Pegging’: detrás de la liberación

Actualizado el miércoles, 24 agosto, 2022

El pegging, una práctica que se ha popularizado en los medios en las últimas décadas, nos recuerda la complejidad cultural del placer humano.

Hablar de pegging se ha hecho común en los últimos años. El término, que también existe en economía (pero con otro significado), describe específicamente el acto sexual en el cual una mujer penetra a un hombre heterosexual con un juguete sintético (usualmente ajustado a la pelvis con un arnés). Naturalmente es imposible reconstruir el origen de la práctica que ya puede rastrearse en la cultura popular desde 1970 en la película Myra Breckinridge. Aunque no existía en ese entonces una palabra concreta para referirse a ello. A lo que sí podemos volver es a la invención del término y a la posterior popularidad del uso. Esa es una historia mucho más reciente.

La invención del pegging

En el 2001 Dan Savage, autor de Savage Love, una columna sobre relaciones y sexualidad (que sigue activa y además se reproduce en otras lenguas en diversas regiones del mundo) le pidió a sus lectores escoger la palabra con la que se referiría en adelante a esta práctica. Las opciones disponibles eran bob, punt y peg. Doce mil votantes participaron y finalmente el peso de la mayoría se inclinó por el término que conocemos.

Una motivación

Tener una nueva palabra para referirse a esta dinámica resultaría útil para esquivar el estigma de la penetración masculina. Una lectora que responde a una de las columnas de Savage escribió una respuesta útil que Aguilar retoma en su artículo. En ella nos explica una de las motivaciones personales, extensible al público, detrás de la adopción de una nueva palabra:

Cuando sugirió por primera vez que se acuñara un término para un acto sexual que se refería específicamente a una mujer que le hacía algo a un hombre, me preguntaba por qué teníamos que ser tan específicos. Después de todo, los términos fucking o fisting o kissing no especifican el género de los actores. Entonces vi la ventaja. Mi esposo (como la mayoría de los hombres heterosexuales) no puede romper la conexión entre ser follado por el culo y ser gay, ¡pero un término específico de género podría ayudar! Si eres gay y otro hombre te está follando por el culo, no se trata de «pegging». Tienes que ser hetero para que te hagan pegging. Una mujer tiene que hacer el trabajo.

Lectora de la columna de Savage («We have a winner», 2001), citada por Aguilar.

Las ventajas de esta invención pronto se hicieron visibles. En los años posteriores la palabra (y la práctica) han ganado popularidad en Estados Unidos y el resto del mundo. La disponibilidad de los strap-on en sex-shops en España y Latinoamérica nos permite suponer que ha superado las fronteras políticas, lingüísticas y culturales.

Pegging en la cultura popular

Además del número de unidades de strap-on vendidas y de las tendencias entre los compradores de juguetes sexuales, el crecimiento de la práctica es visible en publicaciones y producciones de entretenimiento. Incluso en el mundo de habla hispana se habla del pegging y de las «potencialidades liberadoras de cambiar el rol de la penetración». Después del estreno del capítulo 4 de la temporada 2 de Broad City (Knockoffs) las referencias en internet han aumentado de modo exponencial. También lo han hecho el número de publicaciones que sugieren una serie de recomendaciones para practicarlo.

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A pesar de la popularidad, poco espacio se le ha dedicado al análisis crítico. Jade Aguilar (profesora de sociología y estudios de género en Wilamette University) publicó un artículo en 2017 en la revista Queer Studies in Media & Popular Culture. El artículo fue el resultado de un análisis de las 25 columnas de Dan Savage publicadas entre 2001 y 2015. En Pegging and the heterosexualization of anal sex: An analysis of Savage Love advice, Aguilar reconstruye la historia del pegging que empieza, como esperaríamos, en este acto de de nombramiento.

Columnas y educación sentimental (y sexual)

La columna ha sido un elemento definitivo en la prensa moderna. Se ha presentado no solo como una forma de opinión individual sino también como una conversación activa entre lectores. Savage Love apareció en 1991. Según el testimonio de su creador la intención inicial detrás del proyecto no iba más allá de la burla desde la perspectiva gay. Las columnas en las que heterosexuales intentaban hablar y responder a sus lectores sobre cuestionamientos del mundo gay sin tener idea sobre ello estuvieron detrás de la idea de Savage. Quería invertir el ejercicio. Pero la respuesta positiva de una audiencia amplia y diversa transformó la intención inicial y la columna finalmente se convirtió en un espacio en el que homosexuales y heterosexuales buscaban respuesta a sus dudas particulares sobre amor y sexualidad.

La columna que atiende temas e identidades muy diversas también ha respondido a menudo preguntas sobre el pegging. Muchas de ellas sobre el sexo anal y su vinculación con la homosexualidad. Muchas cuentan sus historias de pegging (otro tema muy popular en la publicación libros) y las justificaciones para practicarlo o rechazarlo. Y esto precisamente fue lo que Jade Aguilar tuvo en cuenta para su investigación. En la que concluye que después de todo el pegging no es una práctica tan liberadora.

Un estigma: el sexo anal y el pegging

Las respuestas de Savage a las mujeres que le preguntaban por la orientación de sus parejas que querían practicar pegging no fueron consistentes a lo largo del tiempo. Pero la preocupación femenina sobre el significado oculto detrás del deseo de sus parejas de ser penetrados y los comentarios de los lectores masculinos sí parecían ser parte de una referencia común. El tema aquí era en concreto el sexo anal y su naturalización como una práctica homosexual (además, claro de la preocupación por la revelación de una verdadera identidad sexual).

El sexo en la academia

El sexo anal entre parejas heterosexuales no ha recibido mucha atención académica, escribe Aguilar. Los estudios realizados se han concentrado particularmente en casos en los que la dirección de la práctica es masculina-femenina. El sexo anal entre hombres tiene un número mayor de publicaciones. Esto es sencillo de prever porque las mujeres generalmente no tienen pene. Pero también deja claro que la suposición general es que el sexo anal es una práctica casi exclusiva de los hombres, particularmente en relaciones homosexuales.

La sodomía, de hecho, sí tiene un término y una historia en la legislación civil y religiosa, y está vinculada a una tradición de lo ilícito bastante reciente: Aguilar cita un texto que nos informa que en Estados Unidos las leyes en contra de la sodomía estuvieron vigentes hasta 2003 en trece estados. El sexo anal entre heterosexuales ha incrementado, como está claro en publicaciones de los medios y en referencias en la cultura popular (además de un estudio realizado en 2010 citado por Aguilar). Esto parece referirse a un movimiento cultural que se separa de su pasado heteronormativo, sin embargo, algunos puntos nos llevan a pensar otra cosa.

Una cultura no necesariamente menos heteronormativa

El pegging, a pesar de ser presentado como una subversión de los roles y las definiciones sexuales funciona más bien bajo otro mecanismo no tan lejano de la homofobia. Primero está la necesidad de crear una nueva palabra para referirse concretamente al acto. Pero también están en el centro de la cuestión las respuestas de los lectores de la columna de Savage, que es el centro del análisis de Aguilar.

Pese a la diversidad de las respuestas, estas a menudo se escriben desde dos puntos que finalmente no parecen tan diferentes: algunos hablan de la completa correspondencia entre ser penetrado y ser homosexual y se refieren a ello como algo claramente negativo. Desde otro punto, no tan lejano, los lectores escriben sobre el placer que les produce la práctica haciendo referencia principalmente a su identidad heterosexual y a la necesidad de separar la homosexualidad de la penetración. Aguilar cita uno de estos comentarios en los que se nos presenta un hombre con una masculinidad prototípica entre amigos y cerveza:

‘I am your typical straight Joe who meets his buddies for beer on Fridays and doesn’t live in Gayville

Lector de la columna de Savage («Let’s vote«, 2001), citado por Aguilar.

Pegging, masculinidad y poder

En las respuestas de los lectores otro gran tema tradicionalmente masculino se hace visible. Lo que representa el acto penetrar para muchos: poder. Para las mujeres, invertir el rol tradicional les permite tomar el control de la relación sexual y experimentar una relación de poder que no tenían de otro modo sobre sus parejas. (Y experimentar un modo de poder que comúnmente está vinculado al pene).

Curiosamente, los hombres que escribieron sobre el pegging hicieron referencia también al poder pero con algunas diferencias necesarias. Los hombres que disfrutaban del pegging resaltaron la masculinidad y fortaleza necesaria para ser penetrados. El otro punto clave de esta lectura está en el énfasis de muchos en que es una mujer (algunas veces en tacones —símbolo contemporáneo de la feminidad—) la que realiza el acto, lo que define la calidad heterosexual de la práctica.

‘Real men’ take it in the ass and ‘real women’ take control

La crítica de la «subversión» en el pegging

Está clara la necesidad de ubicarse frente a una presión cultural por ser suficientemente masculino. También se hace visible, escribe Aguilar, el papel de las mujeres en la evaluación de la masculinidad. Lo que abre un campo de interacciones complejas entre los géneros y las fiscalizaciones conjuntas. Por ello también estamos más cercanos a ver por qué lo que parece subversivo finalmente no lo es tanto.

La penetración como forma de dominación

El pegging trae de vuelta después de un análisis problemas antiguos y naturalizados: la necesidad de calificar la masculinidad y de desvincular una práctica con asociaciones inconvenientes. Desde el punto de vista femenino aparece el poder y el control que se obtiene a través de la inversión de las posiciones, lo que se refiere al sexo heterosexual como un acto de poder en el que naturalmente el que penetra se ubica en la posición del dominador. Aguilar concluye que la práctica puede parecer superficialmente revolucionaría pero que muchas de las dinámicas que la sostienen representan problemas más que conocidos por nosotros.

Si bien bajo cierta mirada el pegging podría verse como un género subversivo (…) en muchos sentidos no lo es. Por ejemplo, aunque el pegging es un acto sexual que desestima el pene del hombre y, por lo tanto, interrumpe el imperativo coital (generalmente el enfoque en el sexo heterosexual), los cuerpos de los hombres siguen siendo el lugar de énfasis. En lugar del pene, el ano del hombre se convierte en el punto principal del acto, una vez más convirtiendo a la mujer en un actor secundario al servicio de su placer.

Aguilar, 293.

No el placer sino la justificación

Hay que dejar claro que practicar o no el pegging no es la cuestión del estudio ni de la exposición crítica de Aguilar. Una vez más, no se trata tanto de qué hacemos sino las razones que damos. Y parece que comúnmente, no solo en el caso de la columna de Savage sino también en muchos otros revelados sencillamente después de una búsqueda breve y superficial en internet, la forma de hablar de pegging (y de la dominación, principalmente) reutiliza modos de discursos bastante ya usados en nuestra cultura (que llamaré occidental, por ahora). La «novedad» de la palabra y la popularidad de la práctica nos recuerdan que, principalmente en la historia de la sexualidad, a veces también se trata de la ironía de la liberación.