Actualizado el lunes, 11 enero, 2021
Sé que este tema puede resultar ya muy cansino y manido: el dichoso debate sobre “lo trans”. Y de hecho ya hay previsto algún ensayo para 2021 que promete rematar el latigoso asunto. No obstante, seguimos viendo tanto en redes sociales y en diversos medios continuas polémicas, guerrillas teóricas, y basta que alguien encienda la llama para que todo se incendie de nuevo. Hace unas semanas se publicó en Extrarradio un artículo titulado El Debate, escrito por Sara Lauper que básicamente resume la postura del discurso RadFem. Creo que merece la pena pararnos a analizarlo fuera del ruido de las redes, y tratar algunos aspectos de dicho discurso que sí pueden ser acertados frente a otros que quizás no tanto.
Los intereses político-económicos detrás de lo queer
En el artículo de Sara Lauper se nos advierte de que la transexualidad ha pasado, de estar en un cajón de sastre, a presidir el candelero mediático por cuestiones que poco o nada tienen que ver con las libertades individuales, sino con intereses de tipo económico y político. El hecho de que existan más posibilidades que nunca de someterse a tratamientos hormonales y quirúrgicos para adquirir las características biológicas de un determinado sexo, supone, para buena parte del discurso RadFem, una disposición ciertamente sospechosa que beneficiaría en última instancia al capitalismo patriarcal y los sistemas heteronormativos.
En el artículo se citan algunos ejemplos como los de Irán y Canadá donde han sido las propias instituciones y gobiernos los encargados de facilitar dicha transición sexual, lo cual no iría enfocado hacia la libertad del individuo per se, argumenta Sara Lauper, sino más bien hacia el beneficio de las grandes industrias farmacológicas, contribuyendo de tal manera a la perpetuación de los estereotipos dominantes de género que el feminismo busca revertir.
Todo esto, que no deja de ser cierto por un lado y que plantea un debate más profundo y complejo, no justifica, sin embargo, las perogrulladas que hemos tenido que leer o escuchar por parte de algunos sectores radicales feministas. Lo que se ha pretendido que sea una crítica social contra el capitalismo, el patriarcado y el macho opresor, ha sido tan mal llevada a cabo, tan mal planteada y tan mal expresada que ha acabado derivando en una suerte de generalizaciones sectarias y con tintes intransigentes (“solo existen dos sexos”, “las mujeres trans no son mujeres”, “la medicalización es una trampa del capitalismo”, etc). Afirmaciones que parecen estar más cercanas al discurso cuñado de toda la vida que a planteamientos teóricos medianamente serios. A raíz de aquí el debate ha ido desvirtuándose tanto por un lado como por el otro quedando reducido a un intercambio pueril de descalificativos “terfa”, “fundamentalista queer”, etc.
Pero volviendo a lo que planteaba Sara Lauper, cabe destacar que ya a principios de año la escritora Elizabeth Duval publicó un artículo titulado Contra la cultura queer donde arremetía contra esto mismo precisamente: la “omnipresencia de lo queer” como algo convertido en un negocio, en un nicho de mercado y en una manera de “legitimar la comercialización imperante”. Ahora que los discursos de auto-ayuda gozan de tan buena salud y tantos seguidores, uno puede interpretar el discurso queer bajo proclamas similares (“tú puedes ser lo que te propongas…”, o, traducido al lenguaje del mercado, “tú deconstrúyete y reconstrúyete, pero de manera que ello siga siendo rentable para mí”).
El problema de este tipo de crítica (con la que todos podemos estar más o menos de acuerdo) es que si no mantenemos una línea igual de puntillosa y consecuente como contra aquello que criticamos acabamos creando un discurso vago e hipócrita que rápidamente se nos viene abajo. Y digo esto por la facilidad con que este planteamiento puede ser aplicado a prácticamente cualquier movimiento de tipo subversivo, incluyendo al feminismo y, cómo no, al feminismo radical. ¿O acaso no podríamos mencionar cómo se ha aprovechado el tirón de la marca “feminismo” como estrategia de marketing por parte de grandes empresas, sectores políticos y entidades bancarias? ¿No podríamos hablar también de determinados espacios radicales feministas que han colaborado con entidades “tan poco sospechosas” como CaixaBank, Grupo Planeta, etc.? ¿Debemos condenar por ello todo lo que implique la palabra feminismo? Más bien, debemos aprender a distinguir de una realidad que es medianamente inevitable otra que no lo es tanto y que toca a los derechos fundamentales de grupos humanos, es decir, el derecho a ser. Esta “sutil” diferencia desborda el discurso único a esgrimir contra el “desengaño queer”.
El problema de este tipo de crítica (con la que todos podemos estar más o menos de acuerdo) es que si no mantenemos una línea igual de puntillosa y consecuente como contra aquello que criticamos acabamos creando un discurso vago e hipócrita que rápidamente se nos viene abajo. Y digo esto por la facilidad con que este planteamiento puede ser aplicado a prácticamente cualquier movimiento de tipo subversivo, incluyendo al feminismo y, cómo no, al feminismo radical.
Pero vayamos al segundo planteamiento del artículo que es, a mi modo de ver, mucho más interesante que el primero y que tiene que ver con la autoidentificación con el género femenino y con el estatus de mujer. Es en este en el que quiero pararme más detenidamente.
Como es sabido, desde el feminismo radical se postula que no existe una esencia femenina como tal más allá de la pertenencia biológica al sexo femenino (lo cual puede ser considerado, a su vez, otro tipo de esencialismo biológico), calificándose como mero disfraz toda imposición cultural sobre el significado de ser mujer. Esta calificación resulta nuevamente problemática y nos llevaría a un debate más complejo sobre las construcciones socioculturales y su influencia natural en el individuo.
No obstante, a grandes rasgos se entiende lo que se busca con esta afirmación. Ser mujer no significa ponerse minifalda, escote, pintarse los labios y maquillarse, sino adquirir consciencia de ello como un mero envoltorio, como un disfraz construido a través de siglos de cultura patriarcal e impuesto sobre el significado de ser mujer. La pregunta clásica: ¿se pueden defender los derechos y las libertades de la mujer llevando minifalda, los labios pintados y la cara maquillada? Por supuesto, podría responder alguien como Sara Lauper o Paula Fraga, pero esto no tiene nada que ver con la categoría biológica de ser mujer. ¿Cuál sería, entonces, esta diferenciación genética tan determinante y qué posición tendría la transexualidad en todo ello? Aquí la cosa se pone interesante.
Categorías biológicas “no tan lógicas”
Como sabemos, y si no ya os lo cuento yo, el 98% de la población humana se compone de cromosomas sexuales XY y XX, y en el útero el feto recibirá una determinada cantidad de hormonas sexuales dependiendo de uno u otro tipo; testosterona en el caso XY (varón), y estrógenos y progesterona en el caso XX (hembra). Estas hormonas son las que harán desarrollar pene y testículos, o vagina y ovarios, y se liberarán de nuevo en la pubertad desarrollándose los caracteres sexuales secundarios: pechos, caída de los testículos, pelos, anchura de hombros, de caderas, etc. A la pregunta “¿qué define la categoría biológica de mujer?” podemos responder: “una composición orgánica más o menos regular y constante entre cromosomas, genitales y hormonas”. Hasta aquí todo más o menos claro.
El interrogante surge cuando hablamos del 2% poblacional restante, donde la situación se torna radicalmente distinta; es precisamente alrededor de este grupo donde ha tenido lugar la polémica o “el debate”, algo que no ha hecho sino fragmentar una vez más a la izquierda en lugar de fortalecerla y volverla más diversa. Hablamos de sujetos con combinaciones cromosómicas XY que a principio o mitad del embarazo reciben, por alguna razón, las mismas hormonas sexuales que para un XX; estrógenos y progesterona, en lugar de testosterona. Sujetos cuya composición sexual genital es XY y cuya composición hormonal es XX. Casos que problematizan el paradigma binario anterior, donde la categoría biológica de mujer se vuelve tan válida como la de hombre.
Insisto en que no hablo de cuestiones sociales o culturales. Estoy tratando de ceñirme a una descripción meramente biológica que es la que, a fin de cuentas, es usada como escudo por buena parte del discurso RadFem. Si bien estas categorías influyen de manera notable en la composición hormonal, corporal y cerebral del individuo —y así lo atestiguan extensos estudios en neurociencia elaborados por Georg S. Kranz, Andreas Hahn, etc., acerca de la microestructura de la materia blanca en sujetos transexuales—, no suponen, por otro lado, ninguna determinación cerebral o conductual definitoria. El cerebro continúa moldeándose a lo largo de toda la vida debido a su plasticidad, influyendo decisivamente elementos de todo tipo, sociales, culturales, experimentales, etc.

Con esto quiero llegar al planteamiento siguiente: si los procesos hormonales y caracteres sexuales juegan un papel decisivo en la constitución biológica del individuo, ¿jugaría también un papel decisivo la hormonación posterior, o la operación quirúrgica? Es decir, ¿estaríamos modificando realmente la naturaleza biológica del individuo? ¿Es esto relevante? Pongamos por caso sujetos XY con una composición hormonal mayoritaria XX. ¿Deberíamos fomentar la transición médica hacia la identidad de sexo clínicamente reconocida? O, por el contrario, ¿ampliar nuevos marcos de discurso y espacios públicos más diversos? Bajo mi punto de vista, tanto una opción como otra deben y pueden ir de la mano.
No creo por otro lado que el feminismo radical niegue esto, pero con la excusa de ser súper radicales y estar tan deconstruidas hemos tenido que leer generalizaciones simplistas como que “solo existen dos sexos”, “las mujeres trans no son mujeres” o “la medicalización es una trampa del capitalismo”; declaraciones que ya no es que resulten dañinas, sino que son tremendamente superfluas para la realidad que estamos hablando. Resulta curioso además que la autora, Sara Lauper, comparta “apellido” con Cyndi Lauper, pionera musical de la liberación sexual femenina y activista de los derechos de la comunidad trans. Y digo curioso porque parece difícil imaginarse a Cyndi Lauper soltando generalizaciones como las de J. K. Rowling, Chimamanda Ngozi Adichie o publicando viñetas al estilo Feminista Ilustrada donde se denuncian “prototipos de machirulo” con peluca.
Tampoco es mi intención pretender ser aquí un moralista ni le voy a decir a nadie cómo tiene que expresarse, especialmente si hablamos de perfiles y figuras con cientos de miles de seguidores detrás. Sin embargo, resulta evidente que si no cuidamos un mínimo la manera de expresarnos y de transmitir nuestro mensaje, tampoco podemos pedir luego que la acogida no vaya en la misma línea combativa y extremista que hemos usado. Imaginémonos que de pronto nos pusiéramos a construir “prototipos de feminazis” basándonos en las denuncias falsas de violencia de género que existen. ¿Existen realmente estas denuncias? Sí, pero sería ridículo construir y hablar de prototipos de feminazis ante porcentajes tan escasos que no representan el panorama real de violencia de género. Pues con “los machirulos con peluca” pasa lo mismo.
Adoptar una posición radical teórica puede ser en muchos casos una poderosa arma, pero tiende a quedarse estrecha cuando pasamos de las generalidades más obvias a las particularidades más ambiguas. Ese “disfraz” del que habla Sara Lauper no deja de ser un elemento simbólico que puede apropiarse y resignificarse bajo muchas expresividades. Parece claro que un escote o una minifalda no coloca automáticamente a nadie en ningún bando oprimido, ni la heterosexualidad convierte a nadie en ningún cómplice opresor. Se puede tener personalidad y pensamiento propio y no haber leído a Janice Raymond, Sheila Jeffreys o Adrienne Rich. Existen mundos alternativos más allá de la disyuntiva “feminismo radical v.s patriarcado opresor”, sin entrar por ello en conflicto.
En la música urbana hemos visto recientemente ejemplos de este tipo. Imaginémonos que letras como las de La Zowi, en las que repite una y otra vez “soy una puta”, las interpretáramos en términos de un ser pasivo y enajenado por el sistema, obviando el carácter apropiativo y resignificante que tiene aquí el término. Estaríamos siendo demasiado simples. O, por poner un ejemplo más básico todavía: que interpretáramos el uso de los calificativos maricón, marica o bollera dentro de contextos no-homófobos como una victoria del patriarcado. De nuevo, no estaríamos planteando ni entendiendo muy bien la situación.
Esta misma estrechez de miras puede apreciarse también en el artículo de Sara Lauper, aunque de manera no tan manifiesta. Se habla por ejemplo de que “las personas transexuales no sustentan rol alguno en la partida” y de que “los hombres no dejan que las personas transexuales jueguen”. Resulta inevitable preguntarse si son estas declaraciones más una defensa hacia el sujeto transexual o, por el contrario, un tipo de paternalismo condescendiente. ¿Son las personas transexuales seres enajenados y vilipendiados por el sistema, carentes de pensamiento propio? Desde luego que no más que el resto. Una vez más, por adoptar una postura radical demasiado estrecha caemos en la simplificación facilona, donde parece que solo es posible una salida unívoca: el feminismo radical.
Y de pronto “soy” aquello que critico
Otro de los rasgos paradójicos del RadFem es la condena al “fundamentalismo queer” por manejar un constructivismo social que “desdeña”, por así decirlo, los fundamentos biológicos entre sexos. Sin embargo, desde sectores de este mismo discurso se afirma que la orientación sexual no tiene por qué ser biológica o natural, sino política y personal. Es decir, si desde pequeña alguien se siente atraída por el sexo de otra chica, entonces estaríamos ante una niña prodigio que se ha deconstruido precozmente, o que ha interiorizado de alguna manera el funcionamiento de los mecanismos heteropatriarcales (aunque ni tan siquiera sepa lo que eso significa).
Por el contrario, si eres un fundamentalista queer occidental y piensas que el sexo biológico con el que naces no es definitorio, estás cayendo en la trampa del capitalismo patriarcal. En el artículo podemos leer que “el sexo no es transitorio, ni es un invento como defiende el fundamentalismo queer”, y es curioso que ese mismo planteamiento también pueda aplicarse a la orientación sexual. ¿Sería un invento transitorio sentirse atraído sexualmente por el sexo femenino o masculino desde pequeño/a? ¿Por qué no lo sería también, entonces, el hecho de que tengamos que permanecer determinados por la composición genética con la que nacemos? ¿Quién está utilizando aquí un discurso más constructivista que nadie?
La cuestión no es negar que el sexo sea una evidencia genética. Nadie con dos dedos de frente niega esto. Lo que se cuestiona más bien, tanto del lado RadFem como de las teorías queer, resulta ser paradójicamente similar: si el binarismo de sexos mayoritarios es un indicador definitivo de la identidad sociobiológica del individuo. Y no lo es, científicamente podemos comprobar que no lo es.
Hay una frase de Donna Haraway que, a mi juicio, sintetiza a la perfección la condición inherente a toda evolución natural. Ella habla de “relaciones sociales entre paradigmas biológicos”. Es decir, de fenómenos biológicos ligados indisolublemente a un entorno, a un medio, sea social o cultural, que lo definen y redefinen generación tras generación bajo las particularidades más aptas en el devenir sociogenético. Algunas corrientes de pensamiento actuales como el Xenofeminismo plantean y tratan de desarrollar teorías que van más en esta línea y que son bastante interesantes. Sin embargo, desde algunos sectores feministas se han utilizado estas distinciones biológicas binarias como algo estático, como una suerte de dique de contención para condenar la violencia que, a día de hoy, sigue existiendo en todo el mundo hacia mujeres, basada en el sexo y reproducida a través del género.
Esto, que continúa siendo un problema en todo el mundo, no puede utilizarse sistemáticamente como teoría totalizadora para describir cualquier caso de discriminación, opresión o violación hacia la mujer, ni para referirnos a cualquier sujeto que la realice. Podemos ver que ello acaba convirtiéndose en otro problema y en un discurso tan reduccionista e injusto como el que hemos criticado en “el bando opresor”.
Antes de construir prototipos de machirulo con peluca, o machirulos con disfraz, deberíamos disponer de medias estadísticas lo suficientemente representativas que respalden nuestra crítica. Y para ello necesitaríamos un número lo suficientemente elevado de individuos del que extraer dicha media, lo cual es difícilmente realizable en una realidad tan minoritaria y compleja como la trans, donde al haber tan pocos casos se producen muchas singularidades. Sinceramente creo que, por complementar la crítica de Sara Lauper, deberíamos empezar por tener este tipo de cuestiones más en cuenta. De lo contrario seguiremos confundiendo sucesos particulares con prototipos genéricos, y contribuyendo, por tanto, a que las burradas por Twitter e Instagram sigan en aumento.

David Álvaro Martínez (1992), graduado en Estudios Ingleses por la UCM. Actualmente cursa el máster en
Epistemología de las Ciencias Naturales y de las Ciencias Sociales (UCM), y es miembro del grupo
de investigación de Epistemología UCM. También ha colaborado en distintos medios como El Salto
Diario (El Rumor de las Multitudes), El País (Verne) o Revista Distopía.
Trato de leer sus artículos porque me ayudan a estar «actualizado» a pesar que en si mismo el tema no me involucra más por mi personalidad de apatía o distanciamiento que por otra cosa, soy biológicamente hombre, me identifico como hombre, soy heterosexual. Pero ya van varios artículos en los que veo que el foco de esta página no es en si mismo la divulgación a las masas sino más bien seguir alargando el discurso aislado donde los únicos que han de entender plenamente los artículos son las personas que viven y respiran el debate, porque si eres un transeúnte que simplemente viene a leer por curiosidad o porque quieres estar actualizado la misma redacción te recuerda que no haces parte del tema, te expulsa, te recuerda que no eres de aquí… y la verdad no sé si sea intencional, tal vez no, y se peca en la buena intensión. Pienso mucho en que deberían tener un glosario para entenderles que entienden ustedes por las palabras usadas.
Dejo el comentario porque me llamó profundamente el título ya que desde la apatía he reconocido que el discurso feminista en el contexto político en pro de prevalecerse esta casando una guerra futura ya no con el heteropatriarcado, que ustedes llaman y que estoy seguro que no alcanzo a dimensionar más allá de que es una quimera en la que entro y salgo ya que ella es como el eter o la sociedad misma, y esa guerra las llevará a ser lo que hoy precisamente critican y que en el artículo alcanzo a percibir al usar la palabra RadFem o la citación de J.K. Rowling o Chimamanda, mujeres que hace unos 10 años eran referentes de pensamiento libre.
Entonces sin entender plenamente el debate, puedo decir que lamento profundamente que un tema que creo valido como es el tema de entender «quién soy yo» un tema puramente filosófico se esta perdiendo en temas de categorías o de nombres… al final la necesidad por definir hará que estas conversaciones se esterilicen y lo que quede será el cansancio y la enorme ambigüedad donde ya no el problema será el heteropatriarcado o el feminismo radical sino precisamente la incapacidad de la definición más allá de que somos seres cambiantes, si ese es el objetivo todas las caricaturas infantiles ya se les adelantaron: «tu eres único e irrepetible y por eso eres grandioso»
Hola.
Gracias por la observación.
La verdad no es intencional confundir al lector, aunque es verdad que algunos temas pueden tocar elementos tan particulares que pueden confundir al que no conoce previamente algo de la discusión.
Lo que siempre hemos querido hacer es encontrar un punto medio entre la cultura popular, la investigación y el desarrollo (y discusión) del conocimiento.
Intentaremos ser mucho más claros en el futuro y esforzarnos más por escribir para el público general. La idea del glosario la hemos usado un par de veces. A veces resulta difícil definir qué merece una definición y qué no. No hay que olvidar que aunque en internet no hay límites de extensión técnicamente estrictos, los límites sí existen.
De nuevo gracias por el comentario. Trabajaremos en ello.
Gracias a ustedes que lo dejan a uno tratar de entender un tema como esto.