Actualizado el martes, 5 julio, 2022
La belleza ha sido un asunto histórico y particularmente formador para las mujeres.
Se tiene noticia del uso del velo en las persas aunque no es muy clara la estricta reglamentación del uso. Entre las romanas la belleza se encontraba en las cejas oscuras y pobladas y los ojos hermosos se caracterizaban por estar rodeados de largas y abundantes pestañas. De una época a otra, revelando u ocultando el rostro, la definición de cómo lucir ha sido parte importante de la historia femenina.
Aquella reglamentación declarada o implícita (cualquiera que esta sea de época en época) sobre la cualidad estética femenina ha sido un elemento importante en la definición de las rutinas diarias, las transacciones comerciales y la experiencia de vida de las mujeres. Las practicas estéticas varían de una década a otra, como ya lo han explorado algunos creadores de contenido en internet (desde los cuerpos ideales hasta los trucos de belleza de un tiempo y región en particular). Pero la asociación entre mujer y belleza es indisoluble e implica mucho para las mujeres. Ser bella requiere trabajo y a veces toma formas costosas, dolorosas o absurdas. Sin embargo, la belleza también le da un lugar a las mujeres tanto en la esfera pública como en la económica.
Es necesario repetir que no todo es completamente accesible a la razón. La belleza produce un tipo de «hechizo» de esos que no puede ni describirse apropiadamente ni dejarse de perseguir. Muchas veces es un recurso útil para las mujeres, y muchas otras una fuente más de limitaciones.
Belleza y petrificación
En El segundo sexo (1949) de Beauvoir escribía sobre la demanda impuesta sobre la mujer, visible a lo largo de la historia humana: la de ser bella. Y varias partes del libro exploran ese llamado estético como fuente de petrificación y para el género femenino.
Las costumbres y las modas se han aplicado a menudo a separar el cuerpo femenino de su trascendencia: la china de pies vendados apenas puede caminar; las uñas pintadas de la estrella de Hollywood la privan de sus manos. (…) La función del ornato es muy compleja; entre ciertos primitivos, tiene un carácter sagrado; pero su papel más habitual consiste en terminar la metamorfosis de la mujer en ídolo. Ídolo equívoco: el hombre la quiere carnal, su belleza participará de la de las flores y los frutos; también debe ser lisa, dura y eterna como un guijarro.
Simone de Beauvoir, El segundo sexo, 66.
Las excepciones, indica Beauvoir en alguna parte del libro, son casos en que las mujeres han dejado de ser mujeres, para acceder a otra categoría: la de soberana o de mensajera de Dios. Pero en esta situación han dejado de ser mujeres mortales y después de todo, la cualidad de bella tampoco ha dejado de tener del todo importancia.
Se asume que ser llamada hermosa es algo que hace parte del carácter y de las preocupaciones intrínsecas a su existencia. Es el cumplido básico que recibe en su vida, espere o no que así suceda. Es también una asociación sencilla que se encuentra en muchas culturas. Aunque en ocasiones no es un valor loable sino una condición reprensible o sospechosa, «bella» es en muchos casos la primera expectativa o la primera palabra asignada a la descripción de una mujer. Como hecho o aspiración, consciente o inconsciente, cualquier mujer tiene una relación con la definición de la belleza de su tiempo. Y ser bella es a menudo, una forma de trabajo ineludible.
Acicalarse, para una mujer, nunca puede ser solo un placer. También es un deber. Es su trabajo.
Susan Sontag también escribía sobre ese llamado a la belleza y el trabajo que eso implica. En el ensayo publicado por primera vez en la revista Vogue en 1975, Belleza de mujer: ¿debilidad o fuente de poder?, la cuestión principal es si esta representa una fuente de poder o una limitación. En ciertas actividades o instituciones (por ejemplo, la esfera académica o en cualquier trabajo de esencia intelectual) parece desaparecer pero no del todo. La «cualidad estética de la individua» no es el asunto principal de su labor, pero en las ocasiones en que es visible, es problemática:
Acicalarse, para una mujer, nunca puede ser solo un placer. También es un deber. Es su trabajo. Si una mujer hace un trabajo de verdad, e incluso si ha ascendido a una posición de liderazgo en la política, el derecho, la medicina, los negocios o lo que sea, siempre está bajo presión para confesar que todavía se esfuerza por ser atractiva. Pero mientras responde a esta demanda, pone también bajo sospecha su capacidad, profesional, autoritativa, reflexiva. La mujer está por ello condenada si lo hace. Y condenada si no.
Susan Sontag, A Woman’s Beauty: Put-Down or Power source? Publicado en Vogue,1975.
Tal vez Sontag no pudo expresarlo de forma muy precisa, porque parecer bella es un trabajo de verdad al que cada vez más personas acceden gracias a internet y a la proliferación de imágenes en la era digital. Pero expresa la realidad del conflicto entre, digamos, el mundo intelectual y el mundo estético. A pesar de que los dos no están completamente separados, en el campo intelectual la apariencia femenina continúa siendo un tema para el debate (ya sea público, a espaldas de las mujeres, o como suele suceder con frecuencia en la cotidianidad, en una mezcla entre ambos).
La belleza y la producción de valor
Otros textos no ponen tanto énfasis en el «poder» o la sublevación de las mujeres como individuas en relación a su imagen. En cambio, nos recuerdan que la belleza es una pieza fundamental de un complejo sistema que mueve deseos y recursos. Algo que nos supera en experiencia y números. Kathy Peiss habla de la historia de la belleza en las instituciones económicas y políticas.
En ese sentido, expone Peiss, la belleza está modelada por las relaciones sociales y las instituciones, y a la vez es un instrumento modelador. Se solapa en todas las experiencias, «llama la atención, detiene la acción y evoca emociones». Además de la emoción, parece dejar rastros más tangibles: comportamientos, reglamentaciones, expectativas, juicios de valor.
Belleza significa diferencia en varios registros, haciendo distinciones entre alto y bajo, normal y anormal, virtud y vicio. Al hacerlo, la belleza ayuda a definir la moralidad, el estatus social, la clase, el género, la raza y la etnia. Los ideales de belleza, a su vez, están moldeados fundamentalmente por las relaciones e instituciones sociales, por otras categorías y prácticas culturales, y por la política y la economía.
Kathy Peiss, On Beauty . . . and the History of Business
La belleza tiene también un valor comercial y esto concierne particularmente a las mujeres, porque en muchos casos les ha añadido «valor». Por ejemplo, indica Peiss, «la belleza agregó valor de cambio a las mujeres, ya sea en el mercado de esclavas, prostitutas o esposas». Posteriormente, la aspiración a la belleza ha creado un denso mercado, la industria ha convertido, de esa manera, a la belleza en productora de valor. La han transformado en productos tangibles al «servicio» de las mujeres que involucran a diversos actores comerciales. Depende, digamos, del trabajo editorial, estilistas, modelos, publicistas, agencias, diseñadores, productores, trabajadores, vendedores, etc.
A menudo cuando se habla sobre los atributos físicos de una mujer se habla de toda la cadena de producción material y cultural detrás.
Es decir que la definición de belleza se moldea colectivamente y se requiere de toda una cadena de producción. En este punto la experiencia individual no puede separarse completamente del fenómeno masivo, laboral y económico. Es una cadena de producción material y cultural. A menudo cuando se habla sobre los atributos físicos de una mujer, se habla de toda la cadena de trabajo y de producción material y cultural que hay detrás. Con muchos participantes y diversos roles.
Millones de mujeres crecemos adaptándonos a la forma de belleza de nuestro tiempo, al trabajo que requiere individualmente. Como mujeres nos movemos alrededor los artificios requeridos (con más o menos frecuencia y destreza), automáticamente, de modo que poco hablamos de las rarezas ya naturalizadas. Por ejemplo, que en gran parte de la historia de los géneros, a las mujeres nos han asignado el deber de ser bellas y que muchas veces lo hemos tomado por nuestra identidad y naturaleza.
La belleza como aspiración femenina aparece con frecuencia en muchas referencias como un yugo para las mujeres o una fuente de conflictos personales. A veces tiene el poder de redimirlas, y muchas otras la capacidad de hacerlas sentir disminuidas; «sentirse fea» (una sensación que se podría decir por lógica que es tan común como «sentirse bella») tiene esa capacidad. Y a lo mejor todo el sustento de la enorme industria de la belleza reposa allí. Y esto teniendo en cuenta que esos servicios están supuestamente a nuestra disposición.
A pesar del desarrollo de las revisiones críticas sobre el cuerpo (con resultados visibles en movimientos como «body positivity» o «body neutrality»), a la pulsión por la belleza se le suele tratar o con intenciones de redirección o de abolición y es mucho menos común revisarlo desde la cotidianidad sin desestimar su poder o la urgencia con la que se presenta en las personas. Está claro que hay una desconexión entre el mundo estético que experimentan todos los días muchas mujeres y el mundo intelectual. Es problemático, como apuntaba Sontag, habitar ambos mundos. Pero a mí me ha parecido que inclusive en la academia esa pulsión no deja de existir.
Entiendo que no todo es completamente razonable todo el tiempo (y tampoco es la admiración y la búsqueda de belleza un fenómeno [al menos no exclusivo] de la razón). Pero supongo que en algún momento habrá que superar el antagonismo entre estética e intelecto. La belleza femenina (ya incluso antes del nacimiento de su industria) tiene mucho que revelar sobre el mundo que vivimos hoy y cómo nos afecta principalmente a las mujeres. Y a lo mejor el intelecto puede ayudarnos a convertir esa pulsión estética en algo diferente a un yugo femenino.
Johanna Florez (1992). Estudió literatura en la Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia. Actualmente vive en España, allí continúa sus lecturas y diversos aprendizajes (que muchas veces se convierten en textos).